domingo, 19 de febrero de 2012

La madre del maestro era una santa

Sobre la comprensión oral: Siempre que se practique la lectura u otro tipo de expresión oral podrías aprovechar, empezando cuanto antes mejor, para iniciar la comprensión oral de lo leído o escuchado mediante sencillas preguntas que tus alumnos responderán oralmente. Más adelante, la complejidad de las preguntas irá aumentando para que vayan desarrollando su capacidad de memoria, atención, reflexión e inventiva.

Si te parecen pocas las preguntas de comprensión oral que vengan en algunos textos tendrás que ampliarlas tú mismo.

Es muy conveniente que, si el colegio recibe algún periódico, pudieras disponer de él en algún momento de la mañana para leerles a tus alumnos, brevemente, algunas noticias interesantes, curiosas, advertirles de alguna errata que se haya deslizado en el texto, etc. Evitarás noticias poco convenientes para la edad de tus alumnos o, al menos, las situarás en un contexto adecuado que les ayude en la formación de un criterio lógico, comprensivo y crítico.

La lectura de la prensa diaria, que te llevará poco tiempo, también te debe servir para realizar ejercicios de comprensión oral.

Todo lo de la comprensión oral lo reflejarás a diario, maestro novel de primero de primaria de un colegio público, en las fichas de seguimiento de tus alumnos indicando las observaciones que correspondan.

No se te debe pasar ni un día en practicar alguno de los ejercicios de comprensión oral. Es esencial para evitar fracasos en lenguaje y en todas las demás áreas.

La comprensión escrita se debe iniciar en cuanto tengan algo dominado el proceso lecto-escritor.

Si las preguntas de comprensión que vengan en los textos te resultan escasas las ampliarás con otras formuladas por ti. Con diez preguntas, incluido un dibujo sobre algún aspecto del texto, creemos que hay bastante para los primeros cursos.

Además de en los libros de texto podrás encontrar otros pequeños textos para comprensión oral y escrita que ya vienen graduados por la extensión y dificultad. Y que aportan las preguntas en hoja aparte y también, solo para el maestro, las respuestas para facilitar la corrección. Búscalos.

El proceso podría ser:

Tus alumnos, con cierto orden, se acercan a tu mesa y retiran de un montoncito una hoja con el texto. Todos, incluido tú, leéis el texto en voz alta una vez. A continuación les dejas unos minutos para que cada uno lo lea, en silencio, en su mesa. Una vez finalizado ese tiempo (sé algo flexible) cada alumno se acercará a tu mesa, dejará la hoja con el texto en el lugar correspondiente y se llevará otra hoja, que será reutilizable, con las diez preguntas numeradas.

Cada alumno, en su libreta con renglones algo anchos de dos rayas, escribirá en columna del uno al diez. Al lado de cada cifra escribirá la respuesta que crea conveniente, empezando con mayúsculas, salvo que se trate de completar una frase incompleta con palabra minúscula, y acabando en punto. Al acabar en sus libretas, debe señalarse un flexible tiempo determinado, se acercarán a tu mesa y devolverán la hoja de las diez preguntas en el lugar correspondiente.

Insistimos en lo de recoger y devolver las hojas que estarán en tu mesa sobre un lugar determinado para que afiancen poco a poco el orden y el cuidado en sus obligaciones escolares. Lo harán con toda naturalidad. Parece una tontería; no lo es.

En próxima ocasión seguiremos con la comprensión escrita y su corrección.  

Alia res.

No hace tantos años se podía ver en algún colegio a algún que otro maestro (los menos, los menos) que formaba la fila en el patio unos diez minutos antes de que sonara la sirena para salir. Quiere decir que, al menos, se ocuparon otros cinco minutos previos dentro del aula para levantarse, recoger y salir hasta el patio. En total, unos quince minutos hurtados a la docencia.

Como la caradura y desfachatez era evidente y pública, y debió de haber alguna observación al respecto, cambiaron (los menos, los menos) el sistema: los formaban en los pasillos del colegio junto a su aula esperando que sonara la sirena. Siguen siendo unos quince minutos.

A veces, cuando empieza a sonar la sirena para salir al recreo o a la casa hay alumnos que, antes de que termine de sonar, ya están casi por la puerta de salida. Quiere decir que varios minutos antes de la señal de salida esos alumnos ya estaban de pie en sus aulas (¿o en el pasillo?) con sus mochilas a la espalda. Aunque la puerta de su aula pudiera estar muy cerca de la salida.

Los retrasos y corrillos de algunos maestros, los menos, en el patio o en las puertas de sus aulas en lugar de estar ya con sus alumnos también suponen reducir el tiempo de docencia.

Si alguien del equipo directivo tiene conocimiento de esos hechos puede que intervenga o que no. El ser designado a la fuerza para un cargo, cierto corporativismo nefasto, el no querer meterse en problemas, etc. pueden afectar a que la corrección sea inexistente o no del todo eficaz. Así nos va. A veces ocurre todo lo contrario. Bien.

Se nos antoja que de los maestros, los menos, que practiquen habitualmente algunos de los comportamientos anteriores difícilmente se podrá esperar que lleven a cabo una medianamente eficaz labor educativa y formativa.

Todo lo anterior, de persistir y aunque sean una minoría, está haciendo un flaco favor a la calidad educativa. Además es muy contagioso, da mal ejemplo a los alumnos y, como decíamos ayer (expresión que tomamos prestada), no ayudará a tener un tejido productivo en este país que lo saque adelante.

Ni Pisa, ni recursos humanos o materiales sobreabundantes, ni bajar la ratio, ni la dignificación del profesorado, ni ná de ná, nos van a servir de mucho para corregir comportamientos muy minoritarios. Ya lo dijimos: No sería mala idea el que los teóricos y responsables educativos elaboraran algunas directrices, empezando por las escuelas de formación del profesorado y terminando en el tajo del colegio, a fin de elevar y garantizar el compromiso moral y profesional de algunos maestros. Menos mal que son una minoría. 

Se dio el caso de un maestro (algo que hacen la inmensa mayoría) que interrumpía las tareas escolares cuando sonaba la sirena para salir. Mientras los alumnos recogían sus cosas, el delegado de curso supervisaba una vez más que el suelo del aula seguía limpio, se recogían o entregaban los libros o cuadernos que correspondiesen…y se formaba la fila para salir, podían haber pasado unos cinco minutos. Y cuando, maestro y alumnos (ya sin fila), llegaban hasta la puerta de salida del colegio, algunas veces podían haber pasado ceca de diez minutos.

A una alumna (6 años) la recogía su abuelo. Más de una vez el maestro pudo oir que el abuelo se expresaba castizamente, farfullando en voz no muy alta y con un tono mezcla de resignación y orgullo, así: “Este hijo…siempre sale el último”. Pues eso.

Saludos y hasta la próxima, si ha lugar.

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